viernes, 6 de noviembre de 2009

PONENCIA MAGISTRAL DE INAUGURACIÓN DEL V ELEH

HISTORIA Y LIBERACIÓN

Rafael Bautista S.

Realizar una reflexión sobre la historia, en el contexto del proceso de liberación que irradia Bolivia, no puede producirse sin tematizar, a su vez, el sentido que de historia aparece como contenido del proceso de liberación que vivimos. En ese sentido, reflexionar sobre la historia no quiere indicar el acopiar hechos pasados, sino hacer del pasado mismo la materia viva del presente; esto quiere decir: hacer del pasado memoria, como capacidad consciente del presente. Un presente que no tiene consciencia de lo que ha sido, es un presente que no tiene capacidad de proyectar nada, es un presente sin posibilidad de futuro. De este modo, esta reflexión quiere precisar: el saber histórico no es una exigencia de erudición académica, sino el fundamento de todo proyecto político. Una política que no hace consciencia de su propia historia, es una política sin proyecto propio; por eso, inevitablemente, se subordina a proyectos ajenos: el pretendido desarrollo que promete sólo provoca el subdesarrollo.
Por eso: no hay reflexión histórica que no sea, en última instancia, política. La presente reflexión quiere insistir en ello. Pensar es también luchar; la lucha en las calles queda abandonada si no es acompañada con conocimiento. La disyuntiva no es entonces pensar o luchar; porque una lucha que no se piensa acaba siendo una lucha vacía. Pensar la lucha no es abandonarla sino darle sustancia. La sustancia es lo histórico. Sin historia no hay política, y menos, una política de liberación.
En esos términos, pensar la historia no significa recolectar información, sino pensar, en última instancia, nuestra condición humana. Acudimos al pasado no para ilustrar de nostalgias nuestro conocimiento sino para dotar de sentido al presente que nos toca vivir. Usualmente llamamos a nuestros muertos, sin saber por qué. Este llamado es el modo cómo la historia se hace conciencia: “hay que llamar a nuestros muertos, hay que llamarlos hasta el principio de los tiempos y clamar por su ayuda en el día del juicio, que es el cada día que se nos roba la memoria. Hay que alcanzarlos y hacer que derramen su memoria en nuestro olvido. Ellos tienen que venir porque quien les llama –el vivo– es la única razón de que ellos alguna vez existieron. Cuando el presente se encuentra en una situación donde no parece haber esperanza, se convoca a los muertos y, por mediación suya, a los ancestros, a la tradición. Se convoca a quienes están pendientes de la suerte de los vivos. Se invoca a los espíritus de los ancestros, para que ellos despierten de la muerte injusta, y se invoca su sabiduría. Pero tenemos miedo de acudir a ellos porque (…) creemos que nuestra individualidad parte de sí misma, porque consideramos una ayuda tal (el mirar al pasado) como debilidad en nuestra autosuficiencia. Porque no entendemos que lo que somos es lo que fuimos” .
Por eso, las preguntas por la historia, son preguntas que se hace el presente, no para comprender lo pasado sino para comprenderse a sí mismo. Por eso nuestra reflexión no gira en torno a la historia, como historia convencional. Porque no nos estamos refiriendo a la historia entendida como aquello dado y cristalizado como lo pasado, sino a lo político de la historia; en nuestro caso, a lo constitutivo de nuestro presente como proyecto político de liberación: si toda política presupone una historia, una política de liberación presupone una historia de liberación. La liberación, como acto político, debe producir, paralelamente, una liberación epistemológica. Por eso esta reflexión debe necesariamente trascender los límites de la especulación histórica y proponerse una meta-reflexión, es decir, una filosofía de la historia. Lo que es la historia no se deduce de la enumeración de hechos históricos; la cantidad voluminosa de historiografía actual no significa que haya ciencia histórica.
La ciencia produce el conocimiento necesario para desarrollar un determinado proyecto político. En ese sentido, la ciencia no es neutral, cuanto más a-política se pretende ella misma, más ideológica se vuelve. Es cuando el conocimiento que produce ya no transforma nada y degenera en una celebración ciega de lo establecido. Cuando la ciencia deja de ser crítica, el conocimiento que produce ya no libera; produce inconsciencia. En el caso de la historia, deviene en historiografía, en acumulación arqueológica de efemérides. Así la historia ya no tiene sentido, y el presente tampoco. Entonces, pensar la historia es recuperarla, liberarla. Si la liberación no acontece en el ámbito del conocimiento, la liberación no se desarrolla y deviene en lo mismo: en el despliegue, por inercia, de lo establecido, como sistema de dominación.
Pensar la historia es pensar al sujeto. Porque el sujeto no es un predicado de la historia; el sujeto mismo es histórico porque la historicidad es el modo de existir del ser humano. El tiempo se hace tiempo humano como historicidad; por eso se acude a la historia, porque sólo desde su historia el sujeto deviene siendo sujeto. Se es sujeto como historicidad. Como historicidad se quiere indicar la temporalidad específicamente humana : el ser humano es histórico no porque avance, de modo inerte, en el tiempo sino porque es capaz de memoria y, sobre todo, de proyecto. Su modo de avanzar en el tiempo no es deducible de un orden preestablecido sino, más bien, de establecer órdenes en el tiempo. De este modo, la consideración histórica del ser humano, en cuanto historicidad, quiere señalar también una función crítica de lo histórico. Tal función radica en comprender no tanto el pasado como la muerta densidad del presente (historia como historiografía) sino el presente como potencialidad productora de horizonte histórico: la movilidad de la existencia no se da por inercia, por eso lo histórico no puede ser un simple recuento sino, más bien, un procrear lo que adviene: “De la lógica que concibe al presente como culminación de un pasado se pasa a un presente leído desde un requerimiento de futuro. Así es como transitamos desde lo histórico a lo político, cuya especificidad está en que es el plano real donde tiene lugar la activación de la realidad” . Como historicidad se quiere indicar la presencia activante de movilidad temporal: la presencia del sujeto. Lo político de la historicidad quiere indicar esta presencia: el sujeto es capacidad de transformación, es decir, apetencia siempre obstinada de trascenderse en la materia del tiempo.
Por eso, hay historia porque hay novedad histórica. Y hay novedad porque trascender es el movimiento temporal que apertura la existencia a la novedad. En ese sentido, lo establecido como lo que es, como lo dado, es negación de una existencia que existe en el trascenderse siempre. En esta tensión se juega el destino de la existencia. Esto es lo que se quiere indicar como historicidad: el destino político de la existencia hecha conciencia histórica. Por eso el sujeto, que hace de la historia el contenido de su consciencia, deviene en sujeto político: “La conciencia es la capacidad de crear historia, no simplemente un producto del desarrollo histórico. Creación de historia o de futuro que constituye la expresión de un sujeto social protagónico en la construcción de su realidad y que por lo mismo sintetiza en su experiencia una historicidad y un proyecto de futuro” .
Se trata de un paso, el paso de la historia a la política, de la consciencia a la autoconsciencia. Y se trata, precisamente, de un paso, porque se trata de un atravesar; que realiza la existencia en la propia experiencia. La propia experiencia es un proceso que atraviesa la existencia para reconocerse y reconocer la materia con que está hecha. Realizar el paso de la historia a la política quiere significar el proceso subjetivo que atraviesa la conciencia como autoconciencia. Este proceso es subjetivo, no como un proceso dialéctico que realiza la conciencia al interior de ella misma , sino como “historia [que] deviene en contenido de conciencia” . Es, además, proceso subjetivo porque, como proceso, indica la constitución propia del sujeto; es decir: “la recuperación de la subjetividad en la historia” ; subjetividad que se constituye históricamente haciendo conciencia de la historia: “la conciencia deja de ser el reflejo de las tendencias históricas para transformarse en la capacidad para reactuar sobre lo inmediato [también] en la medida en que contribuye a ampliar el espacio de las prácticas posibles” .
Entonces, el paso constituye la constitución propia del sujeto; constitución subjetiva que, como ya señalamos, es historia como contenido de conciencia; en ese sentido, tal proceso de constitución es político, porque el presente ya no es comprendido como simple culminación de un pasado (lo propio de la historiografía), sino como deseo potenciador de futuro; deseo que proyecta el presente como acumulación de memoria histórica. Ese es el paso que consiste en la capacidad de crear historia, capacidad que se da en la conciencia como autoconciencia: “Creación de historia o de futuro que constituye la expresión de un sujeto protagónico en la construcción de su realidad y que por lo mismo sintetiza en su experiencia una historicidad y un proyecto de futuro” .
Entonces, ese paso, no es cualquier paso sino un paso trascendental y quiere significar, en última instancia, la constitución del sujeto en tanto sujeto. La mostración de esto es necesariamente teórica, porque se trata de describir, en su reconstrucción, el sentido de este atravesar: pasar quiere decir caminar, que es el origen etimológico del concepto de método . La existencia es metódica. Lo que hace la ciencia es tomar consciencia de aquello; su reconstrucción lógica es el re-conocimiento y la actualización de este modo de existir: la historicidad del sujeto. Por eso, el comienzo de la ciencia no es nunca lógico, es histórico; lo lógico es apenas la reconstrucción, en cuanto sistema, de lo metódico de la existencia: “El hombre preocupado por este tipo de cuestiones reales no puede disociar su conciencia de sus construcciones analíticas, y en esa medida, no puede separar su razón de sus vivencias. Lo que para algunos son categorías de análisis comienzan siendo modos de vivir la historia para otros” .
Estos modos de vivir subyacen como el acontecer político originario de un existente que proyectándose es como se va constituyendo en lo que es: sujeto necesitado siempre de horizonte para proyectar sus posibilidades; por eso el desarrollo de su conciencia es posibilidad constructora de realidad, como campo de expansión de la experiencia del propio sujeto. La realidad misma se hace consciencia en la forma de proyecto, el cual asume los contenidos de la praxis que despliega el sujeto. Por eso la política puede concebirse como autoconsciencia, es decir, como la historia hecha conciencia: lo político de la historicidad.
La preeminencia del sujeto es fundamental. Sin esta presencia no hay política, pues la capacidad de proyecto es capacidad exclusiva de la historicidad; esta capacidad es lo que hace posible a lo político, no como “el cenit de un supuesto movimiento ascendente del proceso, sino el modo de ser del proceso mismo entendido en toda su complejidad e integridad” . Por eso, toda la realidad deviene en realidad política, desde que es incorporada en cuanto consciencia, es decir, en cuanto proyecto; por ejemplo: “para ser nación hay que tener un proyecto de nación, porque la nación es una construcción política” . Entonces, el proyecto hecho consciencia, como lo político de la historicidad, es lo que nos remite al sujeto, a la capacidad de ser sujeto. Por eso el sujeto no es tampoco una derivación de lo político. El sujeto, que es sujeto histórico, es político o, dicho de otro modo, lo político es el modo de constitución del sujeto en tanto sujeto histórico. Por eso no es nunca un sujeto acabado o ya dado sino un sujeto siempre en continua transformación. El ser humano es el único ser que para formarse debe transformarse.
Lo dado es siempre imposibilidad de transformación. Pero, precisamente, en esta imposibilidad, es donde el paso es decisivo y donde se juega el destino del sujeto; la praxis misma indica que este proceso se realiza “con el sudor de la frente”, por eso el sujeto se juega en la tensión constitución-desconstitución. Esta tensión se manifiesta en la consciencia, en cuanto ésta proyecta no sólo los contenidos de la acción sino la tensión misma. El paso de la historia a la política es también un paso de lo dado a lo dándose. Lo político de la historicidad es, precisamente, ese paso que se atraviesa subjetivamente: como historia hecha conciencia. Por eso, la conciencia histórica, “constituye esa anticipación sintética del devenir” ; consciencia que, reconstruida lógicamente, hace de ese paso: “un modo de pensar que anticipa la necesidad de la propia teorización” . La ciencia deviene siendo consciencia histórica; sentido histórico que subyace a la necesidad de hacer ciencia: “No se trata entonces de hacer ciencia [de la historia] por una necesidad lógica o teórica, sino que [esta] necesidad encuentra precisamente su relevancia ante la necesidad humana de buscar la verdad para vivirla en el ámbito de lo social y lo político” .
Por eso, el saber que se obtiene, no puede culminar exclusivamente como saber de sí, sino que, por principio constitutivo, necesita realizarse, para cumplir la necesidad de un nuevo despliegue. La consciencia entonces culmina un proceso que parte siempre de la historia y vuelve a ella, pero ahora como historicidad comprendida y proyectada, como autoconsciencia histórica que se pone verdadera y conscientemente efectiva, o sea: la politicidad plena. Por eso, lo político indica construcción de voluntades, que enfrentan la regularidad de lo dado histórico desde la direccionalidad que se proyecta como novedad histórica . Avanzar, de la historia a la política, indica, en suma, el paso, como proceso, de la consciencia a la autoconsciencia. Por eso el sujeto no es nunca el individuo aislado sino el sujeto histórico que hace conciencia “aquello que somos en nosotros mismos, pero esto significa tomar conciencia de la racionalidad que nos constituye como sujetos y que constituye la efectividad del mundo que es para nosotros. La racionalidad del sujeto y la racionalidad efectiva del mundo son una y la misma porque la realidad es siempre para una conciencia o sujeto que la comprende y la conciencia es siempre conciencia de una realidad” .
Lo político de la historicidad es la capacidad de ser sujeto, capacidad de autodeterminarse, capacidad de voluntad y poder, capacidad de proyectarse como proyecto propio. Por eso, si la sustancia del sujeto es lo histórico, en lo político está la sustancia de la historia. Sustancia que constituye la eticidad del sujeto; responsabilidad comprometida en el auto-determinarse, como efectividad plena de la existencia. En última instancia, significa, sacar lo político de la esfera del ser , y devolverle su materialidad originaria: la historicidad: el tiempo humano como faktum de la existencia.
Pero no se trata del tiempo abstracto de la metafísica moderna sino del tiempo concreto de la vida del sujeto . Con esto realizamos un atravesar crítico-trascendental del concepto metafísico-tradicional de historia. El paso de la historia a la política (como paso de lo dado a lo dándose) es también el paso del tiempo abstracto al tiempo concreto. La relevancia misma de la historicidad misma nos conduce a comprender la temporalidad en los términos referidos a un tiempo concreto de la vida concreta del sujeto. Porque, de lo contrario, se recae en una metafísica del tiempo que deviene en historia muerta, porque acaba eliminando al sujeto. Esta eliminación ya no produce politicidad. La incapacidad de proyección histórica condena al sujeto al automatismo de la administración: el tiempo como lo dado, es decir, el tiempo abstracto.
En ese sentido, Franz Hinkelammert señala lo siguiente: “La historia es el paso de un presente hacia otro presente por venir. Por eso no hay ningún futuro definitivo, el futuro nunca es. Lo que pensamos como futuro es nuestra reflexión sobre el desarrollo de nuestro presente al presente que le sigue. El futuro de cada presente es la reflexión sobre este paso” .
De ese modo tiene sentido el movimiento trascendental del sujeto como capacidad histórica de proyección. En eso consiste la dialéctica de la historia. La “reflexión sobre el presente” es reflexión en cuanto historia hecha consciencia; esta conciencia apertura el presente como potencial de futuro. Pero, este futuro, no es una proyección abstracta sino la posibilidad referida de un presente concreto. Lo cual nos permite una política de la responsabilidad: lo posible no se deduce de una ilusión apasionada sino de la reflexión sobre el presente potencial que se nos abre. El futuro deja de ser una constante (de la inercia) del devenir histórico y pasa a ser una responsabilidad de la existencia. Tener capacidad de futuro es tener responsabilidad de ser sujeto. La capacidad de pro-crear futuro es posible porque la historia deviene en contenido de consciencia. Por eso, todo proyecto significa capacidad de memoria, porque lo que contiene el sujeto como materia de proyección es la propia memoria; desde ella es que se puede proyectar futuro. Por eso la historia, como contenido de consciencia, no tiene que ver sólo con el pasado sino con el presente y con lo que éste contiene como futuro.
El pasado no es lo que quedó atrás. El pasado se muere si no hay activación de la memoria. El presente que hace memoria contiene futuro como potencia suya. Nunca se parte de sí. Se parte siempre de la historia. El que pretende partir de sí, se condena a la soledad absoluta. Y condena a todos sus muertos. “El fiel es quien insiste en hacer memoria. Porque el olvido es lo que nos tienta a no rendir cuentas, a despachar nuestros actos irresponsablemente, como si nadie estuviera pendiente de lo que hacemos. Así despachamos, en nuestro caso, a nuestros muertos, porque cuando nuestras acciones se fundan en el olvido, empieza la irresponsabilidad de quien no se cree deudor de nada ni de nadie y observa sólo hacia adelante, atropellando la memoria de todos y condenando a repetir la injusticia; de este modo se condena doblemente a los muertos: que se vayan por donde han venido y nos dejen en paz. Pero la recordación es un mandamiento del que vive y, también, una fiesta. Es mandamiento porque debemos a los muertos un porvenir que puede ser ahora nuestro. Y es fiesta porque es encuentro; los vivos invitan a los muertos. Recordarles no para lavar culpas, sino para sembrar esperanza. El que muere guarda siempre una última esperanza, que el sobreviviente testifique; si éste no cuenta lo que ha pasado, escupe la memoria de los muertos y los condena a la soledad absoluta. Por eso sobrevivir no es cualquier acto. Se sobrevive porque se tiene esperanza y la esperanza nace de la fidelidad. Una historia. Un hombre está por ejecutar a una víctima. Es de madrugada y ha estado toda la noche despierto, tratando de olvidar lo que ha de hacer. En ese momento aparecen entre las sombras su madre muerta, su padre, sus abuelos, todos sus muertos, que le rodean en silencio. ¿Qué hacen ahí?, se pregunta lagrimeando, queriendo tocar sus cuerpos transparentes. La madre se le acerca y le dice: ‘Hemos venido porque no podemos abandonarte en un momento como éste, porque lo que hagas ahora transformará tu pasado y el nuestro, porque al convertirte en asesino nos habrás convertido en asesinos a todos nosotros, porque al momento de jalar del gatillo estaremos haciéndolo contigo’. O sea, en cada acto de nuestra vida estamos cambiando, no sólo nuestro futuro, sino también nuestro pasado; estamos re-escribiendo la existencia de quienes hicieron posible que estemos acá. Ellos vigilan lo que hacemos, porque de lo que haga el vivo depende la paz de los muertos. El vivo es responsable no sólo por el futuro, sino también por el pasado” .
Por eso la existencia es histórica, porque el fundamento de la subjetividad humana es la historia. Ahora podemos completar esta reflexión: el pueblo que ha hecho consciencia de su historia, se constituye en sujeto histórico, hace memoria y grita al opresor, junto a los Katari y los Willka: “ahora es nuestro tiempo”. El tiempo nuestro es el tiempo de la liberación.
 
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